Fotograma editado de la película "El precio de la verdad".
Stephen Glass (Chicago, 1972) es uno de los paradigmas de mal periodismo, de lo falso que puede llegar a ser esta bella profesión a la que te descuidas. Fue un genial estudiante en su juventud, se formó como periodista en la Universidad de Pensilvania y con tan sólo 23 años ya escribía artículos para el prestigioso semanario de análisis político The New Republic. También consiguió escribir para otras revistas como George, Harper's o Rolling Stone.
Su progresión parecía no tener límites hasta que llegó el fatídico mayo de 1998, en el que publicó un artículo llamado Hack Heaven. En él describía una extraña convención de hackers en la que un joven hacker chantajeaba y doblegaba a una poderosa multinacional de software llamada "Jukt Micronics". Resulta que Adam Penenberg, periodista de Forbes.com, empezó a investigar por su cuenta el misterioso artículo, y tras analizar minuciosamente cada detalle del artículo descubrió que todo era mentira. Lo resumió todo en un articulo titulado:Mentiras, malditas mentiras y ficción. Se desmonta la historia de Glass, su castillo de naipes se tambalea y acaba por desaparecer.
Al principio no reconocía su farsa, se resguardaba tras sus fuentes (ficticias) e incluso construyó la propia web, rápido y corriendo, de la empresa Jukt Micronics. Este cúmulo de mentiras le costó el despido de "The New Republic". Posteriores investigaciones demostraron que 21 de las 40 historias que publicó Glass estaban totalmente o parcialmente inventadas. Se ganó a pulso su apodo de "fabulador en serie".Ahí su carrera como periodista terminó y se dedicó a la abogacía.
Todo se explica en un libro que escribió el propio Glass titulado El Fabulador (2003). También se resume en la películaEl precio de la verdad (2003) [En inglés: Shattered Glass]de Billy Ray. El año pasado, 2014, The New Republic lanzó un número celebrando su 100 aniversario. 16 años después, Stephen Glass pidió perdón.
¿Cuál es la función del periodista? ¿Ser veraz o verosímil? Realmente un periodista debe buscar buenas historias, que impacten, que emocionen, que sorprendan... pero sobre todo que estén fundamentadas en la realidad, en la verdad. La realidad es su materia prima. Para contar cuentos ya están los escritores de novelas. Ellos sí que tienen que procurar ser verosímiles. Glass claramente se equivocó de profesión. El periodismo ha perdido credibilidad durante los últimos años por culpa de personas como Glass. Menos mal que se demostró que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.
Historias como estas se podrían haber evitado si The New Republic hubiese tenido un departamento de fact-checking exigente. Si se hubiese revisado hasta la más pequeña coma.